Frandys Oropeza (1988) es un poeta y ensayista Venezolano, actualmente es docente en el área de artes audiovisuales UNEFM. Hoy presentamos su cuento inédito La Bala

La bala

Mi cabeza, estaba adiestrada para la ansiedad que genera la pena, por ello, la bala siempre apuntaba en medio de ambos hemisferios. Es una lástima que parte del tiempo en el que había decidido que no siguiera pasando, me encontraba nuevamente ante la bala. Siempre tiendo a exagerar el condicionamiento, pero el dolor es el mismo, situado en el mismo sitio, esperando que la recamara tome la dirección indicada en la incitación del fuego.

La verdad no es una complacencia, tener esa especie de visión particular, el problema radica en la manera perenne de construir el mismo corpus deseoso. En ese momento la música sigue sonando en la habitación, a veces con una ternura atroz, otras veces con una decisión fijada en el estribillo. Por eso, sigo el acto de escribir, el mismo deseo de exponer una línea divisoria, entre lo que pasa acá adentro, y aquello que esta por pasar allá afuera. Sé que están conectados, por una pequeña variable, yo.

Esta habitación de color purpura, tenía una singularidad anormal, la luz no podía entrar. Era como un planeta estancado en un estado gravitatorio de no movimiento, por ende, todo parecía estancarse, ni inmutarse. Todo lo que podría pasar, pasaba, y ahí, estaba yo escribiendo, teniendo una falla en la memoria, para reencontrarme con el subconsciente. Para ese entonces lo único que me separaba de la realidad, era una lámpara. Que podía moverse en una forma bastante irregular, es decir, la luz temblaba, era una forma nerviosa de movimiento.

Podía recrear en las paredes purpuras olas que se movían con una lentitud arrítmica y poco natural. Mientras yo, sentado en un pequeño escritorio rodeado de papeles, desechaba una y otra idea, hasta la desquiciante frustración. Las palabras, habían perdido su candor, y de alguna forma, solo podía pensar en aquellas olas, que venían frente a mí. Recordé por instantes la bala, el recuerdo de la línea divisoria.

Me aleje a un tanto de las hojas, y saque un cigarrillo que se encontraba a medio usar entre el montón de colillas muertas en el cenicero cercano a las hojas del escritorio. Decidí que ese era el momento propicio para encenderlo, y continuar con mi dolor, que la bala terminara de atravesar ambos hemisferios, pensé por una cuestión instintiva que era un déficit absurdo del tiempo, pues, era lo único que podía hacer para mantener firme mi deseo.

Tenía que terminar aquello que había comenzado en aquella habitación purpura, la parcial ceguera de las olas en ese abismo oscuro y poco dinámico, era una señal.

Así que, moví el gatillo, y la bala atravesó el silencio de la habitación.

Puede ser la presencia de la pólvora entre ambos hemisferios, que la idea, se colocó frente a mí, decidida y con la firme convicción de que la tomara, como a una prostituta, la tome sin mucho remordimiento, a fin de cuentas, la bala estaba haciendo su efecto áspero. Cada comisura de mi cerebro, rugía por la presión de terminar lo que había comenzado.

El breve espacio de aquellas cuatro paredes purpuras, me devolvieron a las olas, a ese planeta estancado, pero que esta vez, jugaba una dinámica rotatoria de manera divergente. Esto era una clave para entrar en el abismo. Por unos instantes pude ver una gran boca abrirse entre las olas, y como un gesto físico de atracción, la oscuridad me atraía a él.

No tenía miedo, era un frio conocido, un pesar añejado por la manera en cómo me seducía, y me encontré ahí solo entre los minúsculos restos de mi alma, que se expandía en millones de fragmentos, como polvo en una fosa colectiva, que no pertenecía a ningún mundo conocido.

Mantuve la compostura por unos segundos, hasta que me percibí la nada entre los restos de un universo de posibilidades. Así que, cada célula de lo que fuese mi cuerpo, se transformaba en partes de aquel TODO sellado, y macizo. Era una larga noche, lo sabía, pero apenas unos pocos segundos de aquella virginal engullida, no era nada, era todo el crimen perfecto de una ceremonia negra.

El ritual había iniciado, la boca era parte del vórtice vertical al que debía hacerme reconocimiento, y la bala solo era un detonante. Pese a la soledad, mi consciencia jugaba fuera de mí, con dos o tres lunas, mi sexo tomaba agua sucia en algún movimiento rápido, al que no podía aludir, pero si sentir. Tenía en lo que parecía un cuerpo, todos los murmullos, era una bóveda absurda, era un abismo inerte de vida, que apenas estaba conociendo.

Pensé en todas las veces, donde estuve esperando por detonar el gatillo, por sacudirme el miedo, y reconocer la tragedia animal de la vida. Ya esto no era vida, era un juego cotidiano, donde podía abrir todo, y la luz se apagaría. Las olas no volverían a situarse en el mismo lugar, era solo eso, una sensación de que todo estaba bien, pero no estaba.

Fijé una dirección, y algo que yacía entre las esporas de ese universo, me replicaban la dirección, decían que no era el espacio, que esto solo era la clase turística, para los que todavía tenían algo que decir, por esa razón decidí, frente a aquella voz que formaba un eco en mis células, que debía volver.

Mi cuerpo volvió poco a poco a componerse en una forma acelerada, y poco convincente, como si hubiese dejado algo allá en ese espacio, la boca volvió a abrirse, pero esta vez, podía ver nuevamente la habitación purpura, así que salí lentamente, pese a que no quisiera, pero sabía que debía volver.

Al cabo de unos minutos, estaba frente a mi escritorio, la forma de olas, seguía siendo creada por aquella lámpara, y el color purpura estaba por toda la habitación. En ese sentido, todo estaba donde debía estar, sin embargo, al mirar el cenicero repleto, para mi sorpresa la colilla a medio terminar seguía en su mismo lugar, como si todo aquel acto no hubiese pasado.

Pero, sin tener ninguna duda, tome el lápiz y continúe escribiendo, no tenía la idea, pero lo seguí haciendo, porque decididamente, había pasado algo y estas cuatro paredes lo sabían.

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