Iván Scopinich es un artista y profesor en formación, residido en Iquique, Chile. Actualmente dedicado a la escritura y la difusión independiente de su obra. Hoy presentamos una selección de seis poemas

El mar en el oso

Tengo miedo del oso en el mar

que bajo una fina capa de hielo

intenta arrancarse su traje

mordiendo, usando las garras.

Imagino bajar de la barca

para ver entre su piel

el hielo, mil trozos de espejos;

saber que se deshiela libre entre los témpanos

una voz familiar, silenciada.

Y con un dedo,

empujo más cerca una capa de invierno

con la cual enterrar el estanque.


Exhumare

Está donde lo han puesto.

En a donde movieron la de esa bruma la mañana,

la gota del aire, el árbol violáceo,

el llorar de la tierra

campaneante nube de invierno.

Era una crepúscula fría

– qué espléndido charco en la mano –

y el árbol me reconocía

una especie de viejo temprano

que tal como entonces

puedo palpar la forma de este secreto

con manos tornadas en pala

en busca de hallarlo otra vez.

Dónde han puesto mi cofre

si no en donde siempre ha estado:

en este nádamo en Chillán que en presente ultrajo

rápido pávido intrépido

porque aquí debe estar

tras harto viaje de lunas

llamando mi nombre

como alimento de flores sureñas.

Aquí estuvo / y estará / cuando era niño

y una lágrima era mi mejilla

y una mugre era la rodilla mía

y un alivio era enterrar lo inadaptado.

             No supe amarte,        tuve miedo.

             ¿Qué niño sabe andar sobre ese lago, sobre ese hielo?

             No pude con tanto    desasosiego

             y cuando lancé el último puñal sobre tu velo

             pude ver tu ojo fiel; oí tu ruego

             no me olvides, vida mía, yo te espero.

Esta noche es mayor de edad mi entierro

y puede tomar mis manos hasta emborracharse de ellas.

Yo busco lo que busco entre raíces, y está

de a poco mirando un rostro de arrugas que busca.

Vienen las mariposas, vienen

a cubrir mi      cuerpo de tierra arrugada

que sereno

fluye con algo contra el pecho

sólido  cálido

finalmente.


La hojarasca

Cómo huyen las palomas a su paso,

cómo callan cuando canta à la Lune.

¿Acaso no saben que él también es hojarasca,

hasta hojarasca hojarasqueada?

Cómo él mira la tierra desde la cumbre misma:

la ultratumba de este Atlantis

en que no hay más que peñascos.

Se ríe de él esta muerte temprana morfeica,

la espléndida cruel falta de sueño antes del fin.

Todo es tejer, tejer telares

a la espera del beso de Ulises:

ya sea gloria,

ya sea muerte.

Alguien va a hallar este almejar suyo

y hará con él lo que le plazca:

urinal · trofeo · papel en el suelo ·
pasión tormenta · un nosenada.

Si tan sólo pudiera vivir como los niños:

libre de miedo al frágil tímpano

que es velo por rasgarse y sumirnos en silencio —

podría callar ante lo suyos,

dejarles rimar y llamarse poeta,

dejar correr sin más la vigilia

sin obra publicada

ni pie puesto en el panteón.

Pero huyen las palomas a su paso

y él se hace hojarasca hojarasqueada.

VENTANA QUE ES TESTIGO

TESTIGO SIN PAN

Queda nadar como delfín entre los buques,

dormir en una esquina del naufragio.


Esas, qué bellas luciérnagas

Se alzan los cuerpos de hombre rendido

con esa luz que sólo tú sabes dar (Luciérnaga);

queda por siempre guardado tu abrazo en alguna parte

que será nunca fonodescrita.

La bóveda debe callar,

debe volar relicario en el puño,

porque guarda demasiado dolor lavado.

Stella alumbra las heridas

en una noche de calor junto a la poza:

caen las ropas y brilla la piel, es verano,

y todo cuerpo arrastra consigo una cicatriz profunda.

Ésta de aquí recuerda las rutas ásperas,

los clavos saliendo del paredón callejero.

Es un torso ungüentado, mucha terapia,

dejado de ser frágil con el paso del tiempo.

Hay alguien que sería mucho menos,

que sería alas atadas a un par de columnas,

un retrato en marco de vidrio sobre piedra caliente,

ser de raza supliciente, una tumba;

hay alguien que sería el zumbido mudo debajo

de no ser por ti, luciérnaga.

Ha nadado el desierto del Cielo sin parar

– nómade en su marcha indiferente –

hasta llenar el mar de cuerpos que nadie llora.

La luna ha visto a los suyos perderse en la historia,

a los amigos del arte cruzar la frontera sin regreso.

¡Cómo han llorado! ¡Cómo han querido que deje

de ser la estrella punitiva!

Hubo un anhelo de hombre, lleno de llagas,

un estómago hambriento de un abrazo

cuando lloraba con la puerta cerrada.

Tú lo viste, luciérnaga,

y quisiste quererlo;

y quisiste.


Glacial

Al fin de la tierra —

me corrijo = después de lo nuestro

qué Fría la montaña

qué antártica la playa

el eco del chapuzón

que acaricia la estepa

Un albatros humedece

su costado en la ola.

Puede ver nidos de flores

entre las piedras.


Habitante

La cumbre, su boca

y la negra lengua caverna.

La toma aérea, la mosca

a los pies de la piedra.

El sol redondo a la espalda

de la imponente montaña.

Un niño mira asustado

sin salir de la cueva;

sólo apoya una mano

al alcance del sol.

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