Narrativa

Despertar, un cuento de Georgina Flores

Cuando Karina abrió los ojos, se dio cuenta que había dormido mucho, no estaba segura cuánto ni qué hora era, solo que tenía hambre y que Pancho también debía estar hambriento. -Mejor me levanto de una vez, voy a preparar algo de comer para mí y Pancho.

Al tratar de levantarse, sintió un dolor agudo en el cuerpo que le hizo caer. -¿Qué me pasa? Notó que su voz sonaba ronca, por lo que pensó que se había agripado. -¡Gripe otra vez! Qué mal. Quiso ponerse de pie, pero no pudo, sus piernas no respondían.

Esperó un poco, apoyó su espalda al borde de la cama; luego de un rato lo intentó otra vez, pero no lo logró. En esos momentos sintió ruidos que venían desde la cocina. -Ese debe ser Pancho, lo más probable que debe estar buscando algo de comer. -Pancho, ven, Pancho, ayúdame.

Como él no respondió ni fue a verla, decidió ir hasta la cocina arrastrándose, porque le era imposible pararse. Avanzó lentamente, apoyada en los brazos y rodillas, fue desde su habitación por el pasillo, pasando por el living; todo se veía diferente desde esa altura.

Los muebles se veían más altos, las ventanas eran más grandes y la luz que proyectaban era distinta. Vio el polvo debajo de la mesa y unas cuantas migas que el día anterior habían caído del sándwich que comió. El libro que estaba leyendo estaba debajo del sofá, tanto que lo había buscado.

El ruido seguía en la cocina; nuevamente llamó a Pancho, pero él no apareció. No podía creer que estuviera en esas condiciones, no sentía fiebre, solo esa extraña sensación corporal y no lograba enderezarse. -¿Qué clase de gripe tengo?, nunca antes me había sentido así.

Cuando al fin llegó a la cocina, quedó impactada con lo que vio, no lo podía creer. -¿Estoy soñando? Fue tanto su asombro que retrocedió arrastrándose bruscamente, chocó con una silla y se quedó tratando de entender lo que sus ojos estaban viendo.

Pancho estaba en la cocina preparando algo de comer; cuando la vio sonrió tiernamente. -Karina, ¡al fin despertaste! ¿Tienes hambre? Ella trató de responder, pero su voz estaba tan ronca que no se entendía nada. Él rió al ver su expresión; con un pocillo en la mano se acercó a ella.

Le acarició la cabeza y el cuello. -Mira lo que te preparé, sé que te va a gustar. Karina aún no podía entender qué sucedía, miró el pocillo que tenía un aspecto extraño igual que su olor, retrocedió un poco más, no sabía qué pensar.

Él la llamó: -Ven a comer, aquí te dejo este rico desayuno. Le dejó el plato en el suelo, en un rincón; ese rincón era de él, no de ella. Mientras, él salió de la cocina, caminó hasta el comedor y se sentó a la mesa; su gato se sentó en su lugar, en una silla.

-¿Qué es esto? ¡Tengo que despertar! Aunque tenía hambre, no quiso comer. Se arrastró hasta el sillón, se subió a él con dificultad, miró por la ventana; pero fue tal su impresión cuando vio a Margarita, la gata de su amiga, en la terraza sentada en la silla tomando un vaso de jugo y viendo el celular, mientras Miriam estaba con una cara de tristeza arriba de un mueble.

Miriam era su vecina; con ella a veces en las tardes se juntaban con sus gatos a tomar el té y a jugar a los naipes, conversaban o veían una película. Ambas eran solteras y no tenían hijos; sus gatos eran como si lo fueran, les dedicaban todo su tiempo, todo su mundo estaba en torno a ellos.

Trató de hacerle señas a su amiga, moviendo el brazo con dificultad, pero su amiga la miró y no respondió a sus señas. Quiso gritarle, pero su ronca voz no dio resultados. Ahora Pancho y Margarita, ambos gatos, tenían el tamaño de un humano, se paraban en dos pies y hablaban como ellos.

Karina quería saber qué estaba sucediendo, ¿estaba ella soñando? Tenía que averiguar. Se arrastró hasta su dormitorio para buscar su celular y ver alguna noticia de qué estaría aconteciendo, o llamar a alguna amiga. Buscó encima de la cama, en el velador, pero no estaba; miró a todos lados y no lo encontró.

Desilusionada se quedó echada en la cama; ya estaba sintiendo sueño otra vez, cuando un ringtone la hizo saltar. -¡Mi celular! Saltó de la cama, se arrastró rápidamente por el pasillo siguiendo el sonido, pero cuando llegó al comedor Pancho había contestado la llamada. Ahora su celular lo usaba él.

-¿Con quién estará hablando? Entonces Karina, ya exhausta por estar en esa posición, apoyada en los brazos y rodillas, decidió echarse en la alfombra y deseó que alguien le explicara.

Se dio cuenta que otra vez se había dormido, porque escuchó que la llamaban; tenía mucho sueño, estaba cómoda en la alfombra, pero ahí continuaban llamándola; era la gata de su amiga, estaba en su departamento, Pancho la había invitado.

Desconcertada por todo lo que estaba ocurriendo, decidió arrastrarse, subir al sofá y mirar por la ventana, quería saber cómo estaba su amiga. Pero no estaba en la terraza y ella no podía salir y buscarla.

Se dio cuenta que su vida dependía de Pancho, su gato, que su mundo se reducía solo al departamento. Mientras, en el comedor ambos gatos conversaban y reían.

Sintió mucha hambre y sed, se arrastró hasta el pocillo que le habían dejado en el rincón de la cocina, olió la comida, no olía muy bien, quiso buscar una cuchara, no había ninguna cerca, trató de comer, se agachó para probar con su boca; su lengua instintivamente salió y langueteó la comida; esta estaba fría, con sabor a pescado; igual comió, también bebió agua. Se sintió satisfecha.

Ahora su cuerpo no le dolía, su postura era más cómoda, por lo que decidió caminar por el departamento. Observó que el techo estaba lejos, la puerta inalcanzable, no la podía abrir para salir, el piso era frío y resbaloso, había juguetes en el suelo.

Lo que más le gustó fue el dormitorio; era más confortable, había muchos cojines en la cama, así que se subió, se acomodó y sintió ese sueño agradable.

De pronto despertó; estaba oscuro, ya era de noche. Unos pasos se escuchaban por el pasillo, se acercaban al dormitorio. Pancho entró, la tomó en sus brazos y la acarició. Ella ahora tenía el tamaño de un gato. Sintió su afecto, se sintió feliz y protegida.

Ya no le importaba saber qué habría sucedido; este nuevo mundo le agradaba más. Se acomodó entre sus brazos para dormir tranquila y segura, sin preocuparse qué será cuando despierte.

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