Libro final: Revelación

Y vi tus brazos, Señor,

conocer el valle de mi clavícula con tus dedos.

He aquí, yo me arrojé en tu diámetro azul

para un abrazo de nuestra madrugada.

Tuve los sietes espíritus, los reinos,

las naranjas lámparas que se necesitaran,

para erigir las columnas de este baile que hicimos

lento en el centro de la sala.

Este Cielo era nuestro, era el trabajo de nuestras manos

y la trompeta cantaba desde el estéreo:

A veces un viento sopla

Y tú y yo flotamos en amor

Nos besamos por siempre en la oscuridad

Y los misterios del amor se aclaran.

Setenta veces siete repetí el álbum entero.

Estas palabras son fieles y verdaderas.

He aquí este ángel de dos manos unidas

que muestra a mis versos sedientos

las cosas que pronto han de recibirme.


Lazo

Hoy como cuerda que salta.

Un dedo se mete en el doblez de la carne

y hurga entre incómoda arista toda la tarde.

Es la naturaleza de saberme tan lejos,

de tener mi espalda al mirar de esos ojos

que me esperan, que no me esperan;

que yo imagino que podrían esperarme.

Pero no quiero saber si lo hacen,

quiero saber que de haber esperado,

no habría sido la última vez:

que aún tendré seda para palpar en mi mente

o algún abrazo a la disposición de mañana

con el cual recibirme tu nombre.

¡Oh, cómo avanzan estos trenes,

cómo he perdido la sed de tu pulso!

Un día hallo tu rostro al andar por Baquedano.

Corro como si me fuera permitido.

¡Aquí estás otra vez, aquí estás!

¡Soy el hola! Comienzo a relatarme.

Yo era…: busco la palabra

algo era…

me tomará un momento.

Disculpa esta torpe escalofría;

es que alguna vez fui, algo yo era…


Hojas de hierba

No sería encontrado mi dedo,

mi lecho final,

ni aunque el Norte entero se exhumare.

Ha pasado tanto tiempo

y cada fibra de mi traje ha dado de comer

a las hojas de hierba,

al árbol frondoso que talan

para fabricar un cuaderno.

Seremos el polvo que ha cosquilleado

la oreja de los ciervos en el alpe,

pero no sabrán traducirnos

en verso.

Correrán por entre los cerros

dando cuerda al mundo

ese lejano mañana.


Retrato del año en su zarpe

Estoy en la cima de nuevo, sobre las piedras

mirando una tras otra las mil Chanavayas al horizonte

perderse, con el sol agarrado en un puño

para formar el ángulo agudipreciso que enseñe

la luz a las olas que brincan,

al niño que rompe la espalda en ellas,

a la caravana de amigos perdidos que marchan a otra caleta,

al alga entre piedras, al miedo febrizo

de un campo de espinas de ave, al hombre

que lustra su traje pues hoy parte en viaje

camino a ciudades que en mapa no existen.

Quiero alumbrar el cholguán de cada casa de éstas,

porque en la ínfima astilla he dejado un recuerdo.

Me viene siguiendo una prima,

me sigue mi amado,

aparecen bajando por entre las dunas

y traen consigo esas piedras redondas

que el mar ha lamido de tiempos de antaño.

Fundirnos allí entre la espuma

cual cera que abras/za la vela.

Voy a subir en rumbo opuesto hasta la casa

para cenar esta noche entre los míoamados.

¿Qué van a servir, amores?

Un poema,

un poema virgen sediento de agua.

Se baña el azul de mil estrellas

y nos damos la mano.


Autoletrato

Semilla a mitad de oración

bruz-caída en medio tierra

y en el espejo de Dios mismo

costruyente de la idea

pupila de algún amigo imaginario,

maquinación humana

del ignorante campana en mano,

lo cosechado apenas en la pampa

tan sol intenso en el silencio,

del mar la araña en pleno desierto

que tamiza las conchas ancestrales;

rebeldía de un nosotros

en tierra de sálvese quien sabe,

la lira que tiembla sonora

en mano del Hombre.

Y el entre sus horas

un(i)verso. 

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